lunes, 28 de noviembre de 2016

TERTULIAS LITERARIAS DIALÓGICAS

¿En qué consisten las Tertulias Literarias?

    La metodología de las tertulias parte de la lectura dialógica de las obras de la literatura clásica universal, es decir la lectura de un texto dándole un sentido, comprendiendo y profundizando en la interpretaciones que hace la persona de una forma crítica, promoviendo un diálogo igualitario entre todas las personas que comparten el espacio de diálogo sobre la lectura.
    En cada sesión cada persona participante expone un párrafo que le ha llamado la atención y expresa al resto de personas aquello que le ha suscitado. La idea es que a través del diálogo y las aportaciones de cada miembro se genere un intercambio enriquecedor que construye a su vez nuevos conocimientos. Alguien asume el rol de moderador con la idea de favorecer una participación igualitaria entre todos los miembros dentro del diálogo.
Aportaciones al aprendizaje
   Las tertulias literarias contribuyen a que el alumnado participe activamente en el proceso de construcción de conocimiento, así pues, todas las valoraciones son escuchadas y se tienen en cuenta; todos se pueden ayudar; fomenta la lectura mejorando la comprensión lectora, el vocabulario… El hecho de fundamentarse en el diálogo contribuye a desarrollar valores como la convivencia, el respeto, la solidaridad…

Papel de la persona moderadora

    La persona coordinadora es la moderadora de la tertulia y se encarga de dar los turnos de palabra. Siguiendo los principios del aprendizaje dialógico, la persona que coordina es una más dentro de la tertulia y no puede imponer su verdad, sino que debe dejar que todas las personas aportemos nuestros argumentos para que se puedan reflexionar y discutir hasta que se llega aun consenso sobre qué argumento se valora como provisionalmente válido, ya que no hay nada que se pueda dar por concluido, puesto que estas afirmaciones se pueden cuestionar más adelante. Pero no es necesario llegar a este consenso. La persona coordinadora, a través del diálogo igualitario, aprende tanto o más que las personas que participamos en la tertulia.

     La persona moderadora debe dar prioridad a las personas que menos participan en la tertulia, dando lugar a una participación más igualitaria.
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      CONTENIDO DE LA ACTIVIDAD
   Inicialmente tenemos que  elegir, a través del diálogo igualitario entre todos los participantes (profesorado y alumnado), el libro que vamos a leer, y el número de páginas que leeremos para la próxima sesión. 
    En casa cada participante de la Tertulia debe leer las páginas que habían acordado.
    De esa lectura, cada participante en la Tertulia marcará al menos un párrafo que le haya llamado la atención o le haya gustado (aquí no se entra en los porqués de la elección). 
    Cuando llegue la sesión de Tertulia, cada participante empezará por dar su opinión sobre lo leído. Aquí no hay discusión, ya que estamos en el terreno de los gustos.
    Posteriormente se pasará a la lectura de los párrafos escogidos. Cada participante los leerá en voz alta y los comentará, es decir, nos dirá por qué los ha seleccionado y qué es lo que le dice a él, este comentario puede dar paso a que otros participantes expresen también su opinión sobre lo leído, con lo que se genera un diálogo constructivo y sin necesidad de llegar a un consenso o a unas conclusiones comunes. También es el momento de plantear y resolver dudas y de ampliar determinados conocimientos. Así iremos trabajando hasta que finalicemos el libro. En ese momento se hará una valoración oral del mismo por parte de todos los participantes (no hay que hacer una ficha del mismo).

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CLAVES PARA LA REALIZACIÓN DE UNA TERTULIA LITERARIA DIALÓGICA
Elegimos entre todos/as el libro o texto que queremos leer.
Decidimos los capítulos o páginas que vamos a leer para la Tertulia.
Se leen en casa las páginas acordadas y se subraya el párrafo o párrafos que más nos ha gustado o llamado la atención.
Antes de comenzar la Tertulia se puede animar ésta comentando algunas ideas sobre la obra.
El día de la Tertulia, cada uno de los participantes pide el turno de palabra para leer su párrafo.
La persona moderadora va dando el turno de palabra.
La persona que tiene el turno de palabra indica con exactitud en qué página y párrafo está lo que él va a leer y comentar.
Cuando todos lo han encontrado, la persona que tiene el turno de palabra lee despacio y con entonación adecuada su párrafo elegido. Después comenta por qué le ha gustado o llamado la atención.
La persona moderadora abre el turno de palabra para opinar sobre el párrafo que se ha leído y comentado.
10º Cuando se acaban las opiniones se da turno de palabra a otra persona que lo haya pedido. Este proceso se repetirá con todos los participantes de la tertulia.

sábado, 19 de noviembre de 2016

EL GIGANTE EGOISTA


El gigante egoísta

[Cuento - Texto completo.]
Oscar Wilde


     Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.

-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
     Era un Gigante egoísta…
     Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
     Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
     Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
     Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas.           Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
     De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
     Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
     Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
     Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
     Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
     Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
     Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
     Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
     Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
     Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
     Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.